La Matemática
- Y bueno, ya que estamos en esas, ¿cuántas amantes has tenido?
- No llevo la cuenta.
- Bueno, ten la maldita amabilidad de decirme con cuántas sigues saliendo, ¿no?
- Por eso, te digo que no llevo la cuenta.
Nunca se lo oculté con la intención de engañarla. No, la existencia de mis amantes no es, ni será, la de amar a tantas como mi cuerpo (y mis bolsillos) puedan sostener. Lo oculté por evitar lo que sucedería después de esta noche en la que discutimos... o mejor dicho, discutió, sobre la existencia de todas estas personas; sobre lo inevitable que sucedería (que sucedió) si ella llegara a pensar en...
-... ¿Y por qué crees tú que no puedo ocupar ese lugar?
- Lo sé, cielo. No quiero que sea así, también sé que no quieres.
- ¡Claro que quiero! Te demostraré que puedo ser mejor amante que esa zorra que te cogiste en el estudio. Dime, ¿es matemática?
Durante dos días no la vi salir del estudio. Por lo que vi, ni siquiera salió a trabajar, quizás ni siquiera a comer. No contestaba. No hablaba. Al tercer día, llegando a casa, la encontré escribiendo ecuaciones en el pizarrón. Ninguna de ellas tenía errores aritméticos. Ninguna de ellas hacía sentido alguno.
- ¿Qué haces?
No contestó.
Me acerqué. Seguía atenta al pizarrón, descubriendo patrones donde no existían. Se volteó y con fuerza despojó mis pantalones del cinturón. Con torpeza desabotonó cada uno de los botones que sostenían mi camisa.
Tomó residuos de gis que se encontraban en el pizarrón y, mientras la penetraba, atascaba mi torso desnudo con manchas del polvo blanco. Tomé del mismo y dejé mis manos marcadas en sus senos, en sus nalgas, en su espalda.
- ¿Por qué lo haces?
- ¿Por qué hago qué?
- Cogértela
- Porque me inspira
- ¿Y qué recibe ella a cambio?
- Coautoría.
- ¡Intégrame!
- Eso no tiene sentido (la penetro ante el pizarrón)
- ¡Derívame! (toma un gis)
- ...
- ¡Entonces trázame una línea curva que pase por todos mis puntos eróticos, uno a uno, que los toque cerca... muy cerca, nunca allí. Así, hasta que no pueda más, no resista, y te obliga a que tu curva me penetre junto con tu miembro y concluya en el punto máximo de nuestro orgasmo!
-... Eso sí que tiene sentido.
Le arrebaté el gis, la quité de mi lado y comencé a escribir letras, números, y otros símbolos. Un modelo. Un modelo dinámico. Y la solución estaba en sus palabras: una órbita que pasara cerca de todos los puntos de equilibrio del sistema, tan cerca como uno quiera, hasta converger eventualmente a uno de ellos. Una especie de caos.
- Lo siento, cielo. No podía dejar que se me fuera esta idea, tu idea. Por cierto, ¿te gusta el Journal of Mathematical Biology para poner tu nombre junto el mío en un artículo?
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