viernes, 5 de octubre de 2012

De tristezas, psicólogas y otras perversiones...

Hay una simbiosis entre la tristeza y yo, le dije. Yo le permito pasar y tomar todo lo que quiera, que destroce y tire todo, que lo incendie, o que lo empape con agua de mar. Todo se lo permito. A cambio, ella debe permitirme recordar.

- ¿A qué te refieres?- preguntó.

"Con la tristeza yo sé negociar. Cuando empieza su juego, soy su víctima y ella es el objeto de mi deseo. Cuando la melancolía empieza a invadirme, busco la forma ideal para disfrutarla"

- ¿Eso cómo es?

- Esto es algo que ninguno de su gremio tolerará. Le diré si promete no encerrarme en una de esas mazmorras.

- Pruébame.

- Bien, lo que quiero decir es que a la nostalgia la acuesto en mi cama, la dejo que me lastime, que me haga chillar. Pero al final, quien termina dominando soy yo.

- No entiendo.

- Eso, a mi la tristeza no me coge por sorpresa. De hecho, a la tristeza me la cojo yo. La agarro de las nalgas, la pongo frente a la pared y le señalo lo que le faltó mostrarme. ¡La noche, carajo, la noche!

- ¿De quién estamos hablando, perdón?

Ese día salí del consultorio para tomar mi ruta normal. Tomé un café cargado en un Starbuck's que quedaba de camino. Sabía raro, sabía distinto, sabía a bocas ajenas. Y ni modo de reclamarle a la cajera, ¿verdad? ¿Qué me diría?

- Lávate la pinche boca, cabrón. ¿A qué querías que te supiera después de lamerme hasta la cerilla de la oreja?- sí, seguro eso diría. Claro, más tierna, mencionando mi nombre, tamaño de mi pene, sabor de semen, cargado, y con un gracias como suelen entregar las demás bebidas.

A la siguiente sesión, me hizo contarle de mis relaciones personales. Que quería que le dijera qué onda con mis mujeres, dijo. Eso sí, dejé claro una cosa, yo no soy propietario de ninguna mujer, ni tampoco le pertenezco a ninguna. De cogerme a alguien, sería una "ella" que sea de cualquier "él".

- ¿Y la chica del café?

- Hice con ella lo mismo que usted haría si yo me quitara la playera y siguiéramos platicando. Usted estaría en deuda, dejaría de prestar atención a lo que le digo y, por tanto, robando mi dinero (ella se ruboriza, sus ojos voltean a ver si de verdad habría algo en mi torso digno de distracción). Yo tenía que pagar ese café con sabor a muchas bocas.

- Mejor dime una cosa, ¿te sentiste triste nuevamente?

Pobre. Nuevamente. Claro, teníamos una cita la nostalgia y yo ese mismo día. Esta vez vino con una foto que no esperaba. Ella estaba muerta, ella estaba en el portarretratos. Yo estaba en el portarretratos. Y se reía de mí, como si estuviera contenta - la tristeza - de verme derrotado. Esa noche me la volví a coger, y le dije claramente que eso era lo que esperaba. Que me señalara la noche, la purita noche.

- ¿Has pensado que esto pudo ser efecto del café?

- Sí, me queda claro que así fue. ¡Puto café sabor a muchas bocas!

- Retomemos el tema de tus parejas, ¿por qué no te haces de una estable?

(Nota: comencé a divagar en lo que eso significaría. ¿Estabilidad? ¿Que bajo una perturbación, la relación retorne al equilibrio? ¿Que oscile? Decidí cambiar de interpretación.)

- Como le dije, no puedo querer poseer a una mujer. Si alguna persona fuera sensacional, le corresponde al mundo.

- ¿Todo lo haces por los demás?

- Le corresponde al mundo, entre todo también a mí. Por algo no dejo de acostarme con personas, también me voltean a ver con deseo, ¿o no?

- Noto que te gusta que te reconozcan.

- Yo sólo pienso que hay cosas básicas en todas las cosas. Si vamos a tener sexo, de menos que me digan qué les gusta y qué no. Yo hago eso con la tristeza. Por eso llegué aquí. 

Porque le empecé a enlistar las cosas que no quiero que toque de mi habitación y le valió madres. Porque se aparecía en la mañana, y ella, como las otras amantes, debe aparecerse para mostrarme la chingada noche. Porque ya me siento indefenso ante ella, y de ser una amiga con derechos se convirtió en una femme-fatale.

Ahora yo sudaba. Me encontré abrazando mis piernas. Ella me veía fijamente detrás de sus gafas. Comenzó a guardar sus cosas. La sesión había terminado. 

- Hay una forma de comenzar a romper esta dependencia que tienes con la tristeza. Llévame a tu departamento y quítate la playera. Pasearás por todas las habitaciones, impregnando tu aroma a hombre en toda la casa. Cuando comience a tirar todas las cosas valiosas para ti, cuando te las aviente en la cara, y sobre todo cuando te lastime, habrás de gritar. Yo te voy a permitir recordar, sí, pero sabremos exactamente qué es lo que te duele. Si no funciona, estaré en deuda.



(Ah, una cosa más sólo por curiosidad, ¿cómo se ve la noche desde tu ventana?)