domingo, 14 de agosto de 2011

¿Antro o Bar?

Nunca me gustó visitar los antros. La primera ocasión que lo hice, además de tener que pasar desapercibido de dos gorilas en la entrada, vacié un vaso entero de vodka con jugo de arándano (cuyo precio era de doscientos pesos) encima de mi playera (sí, era playera) debido a que la presión social que se sentía en dicho lugar superaba la que se genera en el metrobús El Caminero a las siete de la mañana.

Olvidando el desastre económico anterior, comencé a sentirme incómodo por la reacción de la gente a mi alrededor. En primera instancia, al sonar una canción de un incapacitado visual llamado Pitbull (o al menos así lo parece) todos comenzaron a saltar y moverse de formas extrañas. El espacio interpersonal disminuyó abruptamente entre todos los presentes: él ponía su axila velluda en mi nariz, ella clavaba sus filosas uñas en mi espalda, aquel seguía escurriendo whisky y hielos en mi cabeza, aquella me mostraba sus senos desmedidos (casi tan desmedidos como la anchura de su vientre), el de al lado soltaba codazos que destrozaban mi nariz, la de arriba ponía su entrepierna entre mi pierna, uno quién-sabe-quién salía del clóset acercando su boca a mi oreja, una casi-niña apretaba mi nalga derecha,...

Cuando al fin terminó el famoso y artístico perreo, y comenzaba un par de canciones de salsa, corrí por algo de beber. Una cerveza, por favor. ¿Perdón? Sí, una cerveza. No tenemos eso. Entonces dame un tequila. Me sirvió una paloma, o mejor dicho, un hielo con un twist de licor de agave y agua mineral... sin gas. Oye, pedí un tequila. Por eso. No, solo, lo quiero solo. Y así fue como de narco norteño no me bajaron.

Regresé a donde se encontraban mis amigos y me di cuenta de que estaba solo. No, ellos seguían allí. La diferencia radicó en que Javier bailaba con Mónica; Dante y Felipe se sostenían mutuamente para no soltar la botella de Smirnoff; Carmen... ¿Carmen?; Paola dormida. El antro entero: hasta la madre.

Decidí entrar al baño. Me mojé la cara y saludé a Carmen por el espejo. Tomé un trozo de papel que apareció de la nada para secarme y contemplé la canasta con paletas, chicles, cacahuates, cigarros (de todas las marcas), Halls, condones...
- También tengo cosas más fuertes, por si gusta.- dijo el cuidador.
Quise salir, pero el hombre me estiró la mano bloqueándome el paso.
- ¿Perdón?
- Propina.
- ¿Como por qué?
- El papel.

Después de darle cinco veces una moneda de diez pesos, al regresar, pude notar que estaba solo. No, Javier no fajaba con Mónica; Dante y Felipe no vomitaban el suelo; Carmen... juro haberla visto hace poco; Paola no roncaba. De hecho, ninguno de ellos estaba más.

¿A qué hora cierran?, pregunté al barman. ¿Habrá balacera? No, idiota; no soy narco. Llamaré a seguridad. ¡Dios, dame un tequila en lo que llegan!... ¡No! Un tequila, ¡derecho!
- ¿Tienes problemas?- me preguntó una voz femenina.
- Fuera de que son las tres de la mañana, no tengo vehículo, mis amigos se largaron y que está por correrme alguno de los adefecios de la entrada, todo bien. Aquí bebiendo una Paloma diluída.
- ¿Tienes dinero?
- ¿Por qué?
- Porque quiero que me lleves a un hotel ahora mismo.

Salimos. Tomamos un taxi y fuimos a un hotel cercano. No supe nada de ella, sólo que salvo por su cara parecía una mujer muy "promedio". No tenía pechos grandes, pero no eran pequeños; no era delgada, tampoco obesa; tenía un tono de piel oscuro aclarado. En pocas palabras: promedio; lo que me hace suponer que su cara sería de la misma forma, promedio. Y es que en ningún momento se la vi, cuando la besaba cerré los ojos, cuando bajamos del taxi miraba hacia la entrada del hotel, cuando tuvimos sexo miré su espalda promedio.

Desde entonces mis experiencias en los antros han sido terriblemente azarosas y sexualmente (increíblemente) diversas. Conocí una vez una mujer que me superaba en vello corporal, cosa que no es muy difícil, pero esta señora realmente era para exhibirse en una feria pueblerina. En otra ocasión, una santurrona me pedía que la maldijera y que me vistiera de Jesucristo. En otras de mis sexo-experiencias me topé con metaleras, hijas de presidentes, hippies, analfabetas, nadadoras, activistas, budistas, cazarecompensas, viudas, primas (lejanas), hechiceras, empresarias, cuarentonas, marimachas, pintoras, princesas (sí, de título), zoólogas,... Pero después de todas ellas, ninguna que me brindara amor.

En una ocasión, decidí no "ir a bailar". Por el contrario, asistí a la inauguración del bar de un amigo en la Condesa. Sentado frente a la barra perdí la noción de en qué momento comencé a platicar con una mujer que sostenía en una mano un tarro de cerveza, y en la otra su Iphone. Ingeniero Agrónoma de la Universidad de Chapingo, me dijo. Matemático... casi matemático de la UNAM, repliqué. Entonces sabes hacer cuentas. Matemático, no contador dije.

Creí que estaba arruinado, en una de esas su papá era contador, o peor aún que ella misma se dedicara a la contaduría de su granja, pero sucedió que lejos de aventarme la cerveza en la cara comenzó a reír sin parar. Sin parar. Y no paraba. Se acabó la canción. Empezó otra. No sé qué hacer.
-¡Qué divertido eres!
-¿Eso es un cumplido?- y le dio otro ataque de risa. Terminó otra canción.- ¿Cuántas cervezas llevas?- Chín, no le hubiera dicho eso, nuevo ataque de risa. La gente comenzó a irse.
- ¡Ay... ay, ay... ay, ay, ay! Necesito respirar. Ghhh...Ghhhghhh...- y por más que lo intentó no pudo contener más los "cochinitos" de su risa.

Ya están cerrando el lugar, le dije, y que me planta un beso. Pero uno de esos besos que salen no del sexo hacia la boca, son de esos besos que nacen del dedo chiquito de algún pie, recorren la pierna, rodean el pubis (sí, quizás lo acaricia un poco), saca su equipo de alpinismo y escala la espalda, se asoma por la oreja, se asoma por la otra, se carga de energía en el cerebro, baja a la lengua, lo duda, lo piensa en la boca del estómago, y lo vomita "sin querer queriendo" porque ya se había tardado mucho. Inmediatamente le digo "te llevo a tu casa".

¿Por qué reías tanto?, le pregunté y evadió la pregunta. Nos sirvió tequila (sí, derechos) y un tema nos llevó a otro, y a otro, y a otro, y ¿por qué te reías? y más tequila, y otro, y te traigo mi álbum de fotos, y mira qué bonito, y sí aquí estoy en una comunidad maya, y aquí estoy en Praga, y aquí más tequila, y aquí visitando a papá a su funeral, y ¿por qué te reías tanto?, y pérame ahorita me sigues contando ¿dónde está tu baño?, y está al fondo a la derecha, y gracias, y me sostenía para no orinar fuera de la taza, y ¿por qué te reías?, y no aguantas nada a pesar de que eres hombre.

Pasaron los días. Yo dejé de trabajar, y ella de... lo que sea que ella hiciera; pero la plática nunca se detuvo. Conocí desde su color favorito, hasta su rincón preferido para leer; supe cuál era su mayor miedo y también cuántos celulares había perdido en el último semestre; descubrí el párrafo que más le gusta de "La Divina Comedia" y por qué nunca le pone pimienta a la comida. Incluso cuando teníamos relaciones sexuales hablábamos de nuestras fantasías, mismas que no cumplimos porque perderíamos el hilo de la plática.

Y al hablar, me enamoré de ella.

Puedo decir que le hice el amor varias veces, aunque aún no puedo decir si ella lo hizo conmigo. Los momentos más excitantes de las historias que me contaba venían acompañados de un único orgasmo de tamaños mundiales. Y con cada historia que ella me contaba mi amor por ella crecía más.

Pero un día sucedió lo que no debió nunca suceder, y una vez cuando terminamos de hacer el amor ella quedó dormida de inmediato. Dormía profundamente. Sólo Dios sabrá qué sueños pasaban por su cabeza después de días enteros de platicarnos.

El detalle fue que al despertar nunca más volvió a hablar. No conmigo. Le llevé flores, le puse sus discos favoritos, coloqué sus películas preferidas... pero nada. Cuando la invité a un concierto de Los Pericos no emitió grito alguno, ni entonó una estrofa de canción alguna. Es más, cuando la llevé a la Feria de Chapultepec y subimos a la montaña rusa no dio sus típicos alaridos de emoción.

Entonces me atreví a volver al trabajo, y cuando regresé a su departamento escuché, por detrás de la puerta que hablaba con alguien por el teléfono. No sólo hablaba, reía. De hecho daba carcajadas durante horas (literalmente). Para mí, ese fue el último día que decidí verla.

Y entonces volví a los antros, con sus tradicionales encuentros ocasionales y no convencionales. Volví a tener romances con todo tipo de mujeres. En especial, quise buscar a todas aquellas mujeres ingenieras que hablaran y que rieran mucho.

Después busqué a las ingenieras que hablaran.

Después a las ingenieras.

Al poner sobre la balanza entre las muchísimas mujeres que puedo conocer en un antro o la resaca amorosa de mi encuentro en aquel bar, pienso que es momento de comenzar a visitar los Tabledance.