I
- Tienes piel maya.
- Sería más preciso decir piel mexica.
- Muy bien, piel mexicana.
Mis dedos tenían la sensación de estar recorriendo agua convertida en cabello. Agua dorada. Un riachuelo de oro molido diluido en el fluir de sus ideas. De su cabeza. Ella me acariciaba la espalda, contemplando cada uno de sus rasgos latinos.
- Disfruto sexo con mexicanos. Son hot. Passionate.
- Y tenemos penes grandes.
Ella ríe. Muestra esa sonrisa de comercial. Una dulce mirada, sí señor. Apaga el brillar de sus dientes con sus labios hechos un piquito. Su boca en mi espalda pasando por todos los lunares que reposan en ella, bajando de los hombros, a un lado de las costillas, en el coxis y en mis nalgas. Mientras lentamente bajaba por ella, dejaba escurrir sus senos en mi dorso desnudo. Sus pechos corriendo por mis piernas, separados por un cañón formado entre la arena y la cordillera de mis extremidades.
Así su boca, esa perfecta cavidad inglesa, llegando a la punta de mis pies. Erótico, por Dios que lo era. Sentir el frío de la fina arena caribeña humedecida y su calor ausente, absorbido por la noche. Y como la ruptura a la sinfonía, su sexo cálido resbalándome. ¡Ay sus manos, su boca y su sexo!
- Tenes spots en el espalda. Just like the jaguar. Ustedes siempre huelen alcohol en sus boca.
- Somos nietos del maguey. Hijos del tequila y del mezcal.
- Me gusta mezcal.
Y con toda la picardía de una niña consentida se sentó sobre mi miembro para robarme la botella. Dio un trago profundo sin poder evitar encoger la cara.
- Ustedes mexicanos estar locos. Sólo los locos poder beber esto.
Reímos. Una risa sincera. Lo estamos, pensé, siempre lo hemos estado.
Silencio. Miradas. Vuelve la risa cómplice.
Ella vuelve a beber y hace un buche. No es asco, pero el mezcal suele quemar la boca. Baja la frente y contempla mis ojos mientras bajaba toda su faz a mi entrepierna. Mi pene quedó sediento, de su saliva y el mezcal. Erecto, sin duda, pero helado. No, más bien caliente. Por eso, estaba ebrio.
- Drink- me dijo.
Tomé el resto de la botella y dejé que escurriera su contenido por mi esófago, sin saborearlo.
Perdí. Estaba listo para rendirme ante los hechizos de esta bruja de la línea de Merlin. La empecé a besar fuertemente, bebiéndome los restos de licor que quedaba en su lengua.
- Stop! No así como ir a pervertir inocent english girl- dijo.
Ella con sus ojos felinos, sus pómulos abultados y un pequeño hoyo en su mejilla. Toda sensual, tan primer mundista y tan humana. No, no lo era. Jamás. Al final, no era más que su
mecsicano trabajando para ella, mano de obra barata (al precio de un cuerpo de diosa entre mis dedos).
Tomó mi mano y la arrastró entre sus pechos, por su vientre plano hasta su sexo. Introduje dos dedos, luego tres, medí su profundidad. No la decepcionaría. Intercambié mi mano por mi pene, empujando hasta el último recoveco de ese agujero británico.
Si existe una experiencia sexual que cualquier hombre debería vivir es la de escuchar gemir a una inglesa. No sabría decir si se vuelven más elegantes o si pierden completamente la propiedad, pero esta mujer tenía unos gritos particularmente sensuales. No es lo mismo escuchar un alarido gringo que dice "O foc!" a un cachondo "Ou mai gaaod" como el de mi, en ese entonces, acompañante.
Sólo en una situación me pude haber imaginado de esta forma: secuestrado por narcotraficantes. Pero no, allí estaba yo desnudo, a media playa, con la ligera brisa del amanecer refrescándome las pelotas como consecuencia de un breve e improvisado encuentro con una mujer, cuya única estela fue un mechón de cabello rubio.
Por supuesto que lo tiré al mar. ¿Pues qué creía esta tipa que haría yo con él? ¿Recordarla? ¿Por siempre?
II
- ¿Qué te ha traído a México?
- La aventura.
- ¿Qué haces en Yautepec?
Sonríe.
- Buscando quien me guíe a la aventura, tío.
Es claro su mensaje. A decir verdad jamás había gozado tanto de la rumba flamenca. Me arrebató diez pesos, corrió a la rocola y fue por mí con toda la cadencia de las españolas. Clásico: movimiento de hombros, daba vueltas, movía las caderas y hacía ademanes con las manos.
Se colocó frente a mí. La tomé de las caderas. Acerqué las mías a su trasero. Por supuesto que lo sintió... Sí, hasta lanzó su brazo derecho detrás de mi nuca. Acercó nuestras bocas. Un poco más. Se rozaron.
¡Coqueta!
Se dio la vuelta y me tomó de las manos, arrastrándome a bailar. En el camino tomamos los cascos de cerveza y brindamos. ¿Por qué? ¡No sé! ¿La aventura? Quizás.
- Bueno tía, suéltalo que lo vas a sofocar -le dice un amigo.
Carajo, me fascina su sonrisa pícara. Lo veo y con sólo un levantar de cejas afirmo mi deseo de que me asfixie si es lo que quiere.
- Mi turno - le dije, y corrí, puse diez pesos más.
Créditos: 3. La pregunta, ¿qué 3 canciones pondré?
1: El ídolo (Adanowsky)
Tomé toda la actitud rocker y subí al escenario. Un tequila por favor, y con la garganta abierta tomé el micrófono abandonado y comencé a imitar al sensual Adán Jodorowsky. ¿El ridículo? Ya lo creo, pero ella parecía contenta.
La gente se empezó a conglomerar alrededor de ahí, un par de tipos comenzaron a corear. Otro tequila por favor, y me abrí la camisa. Me la quité... No, más bien, me la quitaron el grupo de extranjeras que venía con la española... Y entonces sí, descubrí lo delicioso de ser un rock star.
- Joder, que me la eshtoy pathando increíble. Pero thi no me ponesh a bailar pronto me quedaré dormida.
2: Cumbia sobre el río (Celso Piña)
- Esto me recuerda a mi ciudad natal- le dije.
- ¿Viveth therca de un río?
- No, pero bailamos mucha cumbia.
- Sos un memo.
- Ya lo creo.
Sin duda esperaba una música más sensual, pero era inevitable mostrarle los bailes más ridículos de los barrios bajos del Distrito Federal. En aquel bar, los chilangos suelen reunirse (de hecho, casi estoy seguro de que la dueña es defeña), así que el ambiente comenzó a subir de ánimos. No hay un citadino que después de unos tragos, y sobre todo con pieles extranjeras cerca, no se animen a bailar.
Me recordó un tanto a las clases de baile que hay en los comedores estudiantiles de la UNAM, una cantidad considerable de personas enseñando a otra cantidad aún mayor los pasos básicos. Yo sólo tenía ojos (y manos para una).
¿Cómo no iba a ser así? Cuerpo delgado y blanco, cabello negro, ojos gitanos y unas caderas bien pronunciadas. Ya no hablemos de sus nalgas. Me contuve por no tocarlas.
-¿Quieres agarrarlas?- me preguntó-. Entonces pon algo más sensual. Algo muy como tú, muy mexicano.
Al inicio pensé en el Danzón No. 2 de Arturo Márquez. Pero opté por algo más "pegadito".
3: Naila (Lila Downs)
- A esho me refería, joder.
Tomé una de sus manos y con mi brazo derecho tomé sus caderas. Paso lento, miradas fijas. Movimientos juntos, cercanos, sensuales.
Y entonces cedió. Me soltó un besote colocando sus dos brazos detrás de mi cabeza y parándose un poco de puntas. No pude más que saborear y seducirla con la lengua, tomarla de la mano y llevármela al baño. Tampoco pude menos que meter mi mano por debajo de su falda hasta estimular una y otra vez su clítoris, recargarla sobre la pared y girarla bruscamente. De frente, el espejo. Y veíamos cómo le acariciaba sus senos mientras le agarraba de las greñas. Mano izquierda, su seno izquierdo; mano derecha, su sexo.
Iba a comenzar a quitarle la blusa cuando de repente se abrió la puerta (juro pensé haberla cerrado). Entró una mujer alta, güera y flaca. Francesa, pensé. Los dos la volteamos a ver, y ella no supo cómo reaccionar. Nos miramos los tres durante unos segundos.
Corte. Cambio de locación.
Tan pronto la francesa abrió la puerta empezamos a aventar zapatos por doquier. Lo más erótico fue el sentir la triple desesperación por estar desnudos, esa prisa por reventar botones y cierres, esa necesidad de rozar piel con piel. Células epiteliales de tan distinto origen genético. ¿Será que el contacto entre los distintos fenotipos provoca una producción de hormonas en cadena?
Un orgasmo por aquí. Joder. Otro orgasmo por allá. Mon dieu. Uno más rápido. Dale tío, dale. Uno llevado al extremo. Qu'est que tu as fait? Y como toque final, la eyaculación desenfrenada de un pene que durante horas demandaba poder expresarse en el único lenguaje que conoce: el de los fuidos.
A diferencia de otras veces, me desperté muy temprano, casi antes del amanecer. Calenté un poco de agua y me preparé un café. Pensé en regresar a la cama con un poco de pan para todos, pero al acercarme a la puerta de la habitación escuché los inevitables ruidos del desprendimiento de los labios, la respiración evidente de la tensión sexual, los roces de las piernas y los brazos con las sábanas.
Me senté en la sala y tomé mi café con pan. Me vestí, tomé mis cosas y empecé a escribir una nota (aunque no supe a quién de ellas dirigirla). Opté por dirigirla a alguien más, a mí por ejemplo.
"Hola, como puedes ver decidiste irte. Gracias por cooperar sin rechistar con su plan original. Todo salió como lo planearon. ¡Ah! Una cosa, no olvides recoger todas tus cosas. No querrás darles más elementos para recordarte, ¿o sí?"
Subí a mi auto. Encendí el radio y me dirigí a una casa que tengo cerca. De fondo se escuchaba "Young Lust".
III
Las colecciones de una persona pueden ser tan variadas que casi podría pensar que cada quien tiene una distinta para sí mismo. Yo, por ejemplo, colecciono momentos sexuales. Los comparo como un niño lo haría con las estampas de álbumes. No todos tienen que ser buenos, no todos los que parecen terribles son desechables. Me gusta llenar mi récord de encuentros internacionales.
Sin embargo, descubrí que el producto nacional tiende a ser tan diverso y tan complejo que merece tener una sección propia y amplia en la sala de exposición de sexo mexicano.
Una vez formé parte del comité organizador de un Congreso Nacional, y yo fui el encargado de registro y hospedaje. Para ese entonces pude conseguir un patrocinio en un hotel bastante lujoso, en donde todos nos quedaríamos.
Para no hacer el cuento largo, en una de las noches del evento recorrí los cuartos pidiendo datos para justificar gastos principalmente de alimentos. Al llegar a la habitación 202 (¡cómo olvidarlo!) encontré a todas las participantes del Congreso reunidas, preparándose para salir a divertirse.
Era demasiado estrógeno contenido en tan pocos metros cuadrados. Tartamudeé y no pude pronunciar palabra alguna. Una hidrocálida apareció detrás de mí, cerrando la puerta con seguro mientras el resto aproximaba sus bocas a cualquier zona de mi ser.
Me propusieron el siguiente juego, yo debía leer la lista que traía y tratar de adivinar a quien de ellas correspondía. En caso de no adivinar, a la chica a quien le asignaba el nombre erróneo tenía el derecho de hacerme lo que quisiera, en caso de adivinar yo podía pedir lo que fuera de ella. Por lo menos conté 32, una por cada estado.
Mariana Caballero, y ¡zaz! que me da un bofetón. Lorena Villa, y que me arranca el cinturón. Flor Carranza, y que me obliga a lamerle los genitales. Y Roxanna Lirio, que le atino y le pido que deje en ropa interior a todas sus compañeras. Karla Sofía Rivera, y que la besara a la muy mocha. Sandra Peralta, y que saca un látigo y me dejó roja la espalda (y erecto el pene).
Afortunadamente, mientras "abusaron" de mí durante las primeras dos horas, como no había un límite de tiempo, comencé a repetir varias veces la lista. El domado se volvió domador. Poco a poco tuve una sesión privada de gustos culposos con más de 30 mujeres de todos lados del país. A la mojigata de Guanajuato, pidiéndole que vistiera el traje de latex de otra de ellas; a la veracruzana que intentara un baile muy sensual con su comadre la de Guerrero; a las reservaditas de Monterrey y Saltillo, que se besaran y se acariciaran; a la intelectual de Ensenada que nos deslumbrara con piropos (ñeros o finos).
Pero todas al final terminaron compartiendo sus cavidades con mi virilidad.
No quiero tratar de convencerte, amigo lector, de que el sexo nacional hay que cuidarlo. No se trata de maíz, turismo o artesanías. No es que las extranjeras piensen en robar la competencia. Pero la piel, ¡oh, por Dios!, la piel de una morena chiapaneca, o la de una blanca tapatía, o la bronceadita de una sinaloense... La piel habla por sí misma, que sumado a las palabras que emergen de las bocas nacionales se vuelve una mezcla de vapores mágicos tan erótico, que sobran las velas aromáticas, empalagan los afrodisíacos y se vuelven inservibles los juguetes sexuales.
Pero lo más claro en la piel de las descendientes contemporáneas de indígenas prehispánicos, es esa extraña habilidad de hablar a través de sus poros. Al salir de la habitación, una de ellas me alcanzó y, a diferencia mía que tuve que aprenderme sus nombres, deció preguntarme el mío.
- ¿Puedo acompañarte?- me dijo. No supe responder, sólo sonreí un poco.
Y así sin más me tomó de la mano y comenzó a platicar, literalmente, hasta por los codos como cuando los rozaba sutilmente contra mis costillas. Después tomamos un café y fuimos a mi habitación. Sí, tuvimos sexo, pero ¿y qué? Lo interesante fue que nos tomamos de la mano, para decirnos todo a través de las yemas. ¡Imaginen aquellos momentos en que le pido que me masturbe hasta venirme!
Porque al final al final, no hay nada más placentero que el coger con una chilanga que sabe que durante el sexo, lo mejor es tomar de las manos y volar juntos.
(Eso no quita que los encuentros ocasionales con inglesas, españolas o francesas sean siempre bienvenidas para poner a prueba las teorías)