jueves, 22 de agosto de 2013

Amarte con el odio (parte 1)

- Tienes algo raro- le dijo él.
- ¿Ah sí? ¿Y qué es?
- Quizás está en la forma en que tomas ese cigarro.
- ... - exhala el humo por la ventana.
- Lo tomas con orgullo. Como con cierta arrogancia.

Se miran. Le lanza una bocanada a la cara y ríe. Él cede a la risa.

Hacía tiempo no se encontraban desnudos, ambos al mismo tiempo sobre la cama. Lo irónico es que han usado siempre la misma cama para las mismas actividades: dormir, despertarse, leer un poco (cada quién lo suyo), e incluso para tener sexo.

Quizás era el efecto del vértigo el que hacía que se acostaran de esa forma. Él, con su cabeza sobre su vientre.

- Sí, es cierto- respondió-. Me siento diferente.

Guardaron silencio. Él esperaba algo, un comentario más. Nada. Se estiró para alcanzar un cigarro más.

- ¿Por qué no me masturbas?
- Hace mucho no lo hago-dijo él-, no sé si recuerdo cómo te gusta.
- Sorpréndeme. Quizás ahora me gusta más que antes.

Le empezó a acariciar primero las piernas. Una mano por el trasero, la otra a la altura del ombligo. Una por el pecho, la otra le acariciaba el sexo. Con las uñas comenzó a apretar su espalda, ligeramente, después más fuerte y dio un rasguño ágil que le dejó tres franjas rojas que iban del hombre derecho hasta la nalga izquierda.

- ¿Por qué paras? Parece que alguien tiene nuevas mañas.
- Deberías ser tú quien por vez primera me masturbe a mí.

No hubo reacción de su parte. Se volvió a tirar a la cama y volvió a darle una calada a su Camel. Él volvió a esperar (por enésima vez) y apretó los puños.

- ¿Sabes?- termina su cigarro- Creo que me tengo que ir. Tengo cosas que hacer.
-Siempre tienes cosas que hacer.
- ¿Perdón?
- Que tenemos que hablar.
- Ok...
-...
- ¿Quieres hablar y no hablas?
- Es que...
- ... ¿Sí?
- Espera, es difícil. Siempre lo ha sido.
- Sí, siempre ha sido así- dijo, mientras él soltó por primera vez sus puños.

- Tienes algo raro.
- Sí, eso ya me lo habías dicho. Pero empiezo a creer que el raro aquí eres tú.
- Sí, puede ser.
- ¿Ya ves? Entonces, ¿qué tienes?
- No sé...
- Claro que sabes. A ver, ¿estás enojado?
- No... digo, no sé.
- ¿Quizás algún problema conmigo?
- No sé... no creo que sea un problema.
- ¿Son varios? Ja, ¿qué va a ser? ¿A poco ya no me amas? Ja ja.
- ...

En todo el tiempo de conocerse jamás le había escuchado titubear, pero su silencio, también por primera ocasión, le causó un temblor a su sistema. Los pilares, el suelo, los muros, toda su concepción que tenía de su persona y de su relación comenzó a flaquear.

- ¿No vas a decir nada?
- No, es que no sé. A veces siento que te amo, otras veces... es distinto.
- ¿Cómo distinto?
- A veces creo que...
- Carajo, ¿qué pasa?
- A veces te amo, y a veces creo que desearía matarte. Así, vengarme por estar siempre aquí encerrado. Por no poder decirte lo mucho que me lastimas...
- ¿Estás...?
- Lo curioso es que es ese dolor el que me hace amarte. Mientras más me dueles, más deseo estar contigo. Más me sometes. Y ya no puedo...
- ¿...hablando...?
-...soportar vivir en esta contradictoria coexistencia.
- ¿... en serio?

Claro que él hablaba en serio.

- Es que creo que te amo con odio. Y mientras más te odio, más te admiro y creo que entonces más te deseo y te amo. Y amarte más me hace necesitarte más, que me lleva a resignarme a quedarme en este oscuro cuarto, esperando que voltees a verme. Que algún día me preguntes cómo estoy, o si me estoy sintiendo bien, si estoy estable, o si necesito salir al mundo y vivir un poco más.
 No, tu egoísmo y tu completa dedicación a tus cosas y a las nuestras (por consecuencia) me destruyen. Pero al mismo tiempo me dan esperanza de las cosas que pueden cambiar, de lo erótico de estar fuera, de estar lejos, de tener vida, de hacer el amor y de cambiarlo todo. Y así es como al amarte vuelvo a odiarte.

Nuevamente el silencio. Él tomó su ropa se vistió, dejando a la otra persona muda.

Antes de salir, se vio al espejo por última vez y con el puño lo destrozó en un solo golpe. Sólo los restos del espejo quedaron en el suelo, como anticipando la ruptura entre estas dos almas. No había forma de matar sin morir en el intento, no hay forma de romper el espejo sin escurrir sangre.

El espejo estaba roto.

Los pedazos, regados

La libertad, fragmentada.

El odio, desatado.

El amor, enclaustrado.

Al salir él de la habitación, tomó un pedazo del cristal del suelo. Comenzó a escribirle una carta que quizás nunca le enviaría, y que de hacerlo quizás nunca leería. Se observó una última vez en el espejo. Era cierto, tenía algo raro, y creyó que era en la mirada.

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