domingo, 30 de diciembre de 2012

Querer que duela

Llevo días masturbándome sin cesar. No tiene fin, no tiene inicio. Espermatozoides nadan por billones en los ductos de esta ciudad, anidados en papel de baño, cada hora.

¿Por qué?

Por que dueles.

O porque quiero que duelas.

(Es lo mismo)

Las erecciones son permanentes. Mi pene está rojo, ardiente, arde. No hay lubricante, no. Nunca nena. Ese es el punto: arde.

¿Por qué?

Porque quemas.

Porque quiero que quemes.

(da igual)

Eyaculo sangre. Tengo llagas y costras. Y de verdad, eso es lo que quiero. Que esté herido, que estemos heridos. Él y yo, él y tú, tú y yo.

¿Por qué?

Porque duelo, pero no lesiono. Porque quemo, pero no incendio. Porque hiero, pero no mato. Y eso, mujer, es lo que necesitas. Que te piense y me duelas hasta el sexo.

Así, cuando sienta rechazo por ti y tu erotismo, o por tus labios, o tus pechos, o tu verbo, tal vez entonces, y sólo entonces descubras que también te puedo doler.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Con voz de "quiero coger"



La primera vez que te escuché pensé que tenías voz de "quiero coger". Me hablabas, sí, ¿de qué? No tengo idea. Para mí en esos momentos decías "quiero coger". Seguramente hablabas de perspectivas sociales, quizás de la teoría de la evolución, o en una de esas me platicabas sobre moda. 

No lo sé... Para mí que tú querías eso. Coger.

Instintivamente te invité a salir y accediste. El resto de los días no tienen relevancia, excepto que como enamorado te pensaba constantemente cuando me iba a la cama o me metía a bañar. Cuando me desnudaba. Insistí en recordar tu voz, y en imitarla, con esa voz dulcemente acongojada como de locutora nocturna. Eso, pensé que estarías a nada de colocarte unos gruesos audífonos y pedir a los radioescuchas una petición de alguna canción de jazz.

Yo hubiera marcado si así fuera. Si te hubiera escuchado al aire pediría que te dedicaras de parte mía alguna pieza de Coleman Hawkins. Una sensualona. Algo así como "After midnight". En una de esas te hubiera pedido que en vez de dar reflexiones vacías, te exigiría que narraras una escena erótica de alguna película. Quizás una de esas escenas de "La Insoportable Levedad del Ser" en donde Sabina porta el sombrero de su abuelo mientras se observa cogiendo con Tomás a través del espejo.

Pero no...

Después supe que jamás te encontraría en la radio, mucho menos en la televisión. De hecho supe que eras tímida y que no solías platicar tanto a menos que tuvieras unos tragos encima. Para esto pensé que serías entonces de estas chicas que suelen atorar el ruido y los gritos cuando están por llegar al orgasmo. Sí, que tu voz tenía esa textura aguardientosa como consecuencia de los gritos que le escupías a las almohadas al apretarlas con tus dientes.

(Quien fuera tu almohada...)

Dos mezcales, pedí a petición tuya. Sacaste un cigarro y lo absorbiste. Sacaste otro. Creí entender el origen de tu voz sensual. Te imaginé como una artista de cabaret frustrada, bebiendo whisky frente al piano hablando del amor a un gordo burócrata que se desprendía cada viernes de su mujer con las bailarinas exóticas. O bien, como una cantante setentera, adicta quizás también a la heroína y al sexo (quizás no cuadraba bien entonces con la timidez que me confesaste. En una de esas, hasta este momento podrías ser como esas santurronas por fuera, amazonas en la cama). Creí pues que tus cuerdas vocales, afectadas por la tos constante que te dominaba, eran consecuencia de una vida violenta, llena de adicciones y de senderos perdidos... y eso era lo que más me atrajo.

Agua de las verdes matas, tú me mimas, tú la embriagas...

Porque después de un par de horas, topaste con la puerta de mi casa sin saber exactamente lo que estaba pasando. Claro, una excelente actriz, y que te hacías la niña inocente que estaba siendo conducida a la cama, y que a la mera hora terminarías montando un movimiento acrobático mientras estuviera dentro de ti. Mojado de ti, y también del tequila. Porque como buena bailarina fracasada, tomarías una de mis botellas finas y nos vertirías todo el líquido en la piel. Para pensarte que puedes seguir gastando dinero en cosas finas para tirarlas después en una noche de sexo, a pesar de la tos consecuente de una vida de vicios.

Estaba erecto...

Y de verdad juré que te hacías la que no notabas.

Hasta tomaste de buena forma el hecho de que te empezara a dar masaje en los hombros. Detrás de ti. Acercando mi pene hasta tus nalgas. 

Y entonces sucedió...

Sucedió que ahora sí notaste mi erección y corriste atemorizada como presa a nada de ser devorada. "¿Quién te has creído?", me gritaste. Yo ya no sabía si radioescucha stalker, pianista, burócrata, adolescente, protagonista de novela, Leonard Cohen, o un ángel.

- Todos- respondí.

Y ni tú entendiste mi respuesta, ni yo tu pregunta. Que no buscabas sexo, que si lo quisieras lo tendrías constantemente en tu propia cama. Y te pregunté si tendrías el sexo que te pudo dar un pianista Leonard Cohen que fuera un ángel burócrata cualquier día. 

Tomaste tus cosas, y corriste. Abriste la puerta y antes de salir dijiste "la culpa es tuya, por hacerte ideas erróneas de mí". Y azotaste la entrada. Azotaste mi mente. Me azotaste.

Sentado en el sillón pienso lo que quisiste decir. Y mira, si lo dices porque tienes una voz de "quiero coger", no es mi culpa haber dado por hecho que así era. Si por otro lado lo dijiste porque no eras una Sabina con quien verme cogiendo al espejo, no te apures, ni tenía espejo. Y si crees que es mi culpa que nos quedemos con ganas esta noche, temo confesarte que la disposición la traía yo bien erecta... perdón, bien puesta.